domingo, 28 de enero de 2018

CI

CI

Brillante

Acabábamos de tomar café,
su madre y yo.
Nos quedamos solos,
el y yo, su padre.
Me dijo, tenía catorce años,
yo, treinta y cuatro, me dijo,
”Me gustaría ver a mi madre
y a Marta, desnudas,
abiertas de piernas,
mama, soportándote a ti,
Marta, soportando a Alfonso".
Señora y criada, dijo.
Es imposible que hayas dicho eso,
dije,
pero lo he oído.
¿Dónde lo has escuchado?
¿Dónde lo has visto?
No lo he visto.
Lo he visto aquí. Y
se toco la cabeza.
Después alguien gritó,
desde el otro lado de la carretera,
desde la pista de tenis,
-¡Eres un cagón y no te atreves!
Salió corriendo
y en ese preciso momento
un coche veloz lo atropelló.
Murió en el acto.
Era un ferretero que iba a declararse
y solo tenía ojos para
sus pensamientos.
Su madre y Marta lo recogieron.
Lágrimas, pesar,
años de vida paralela.
El ferretero se casó
y tuvo hijos,
nada fuera de lo común.
Mi hijo se escapó
y el ferretero era un asesino a sueldo.
Vino para callarte la boca.
¿De dónde venías, hijo?
Ciertas cosas no se pueden pensar
y menos decir, a cierta edad.
Una vez me acerqué y le dije,
-¿Quién te paga?
Quiso mirarme como si
viera a un loco
pero me miró
que me dio miedo.
-No, no lo llames, ya me callo.
Y no volví a insistir.
Después su madre lo supo todo.
Marta y Alfonso se fueron.
¿Dónde habías estado, antes
de ser mi hijo, hijo mío?


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