XCVI
No me digas
que no tienes suerte
No me
digas que no tienes suerte,
cuando
una tarde cualquiera,
la que
quieras,
puedes
ir y sentarte en las rocas,
dejando
que las olas
laman
tus pies desnudos,
mientras
contemplas como el sol
se
oculta en el horizonte.
No me
digas que no tienes suerte,
cuando
ya anochecido,
te
levantas y vuelves a tu hogar,
quedando
allí las rocas,
empleadas
a tiempo completo,
desgastándose
inútilmente,
pues
nunca podrán zafarse de lo que son,
salir
nadando
y
perderse en un viaje inacabable.
Cuando
día tras día,
al
amanecer,
salen
de casa,
cogen
el autobús, el metro,
su
coche, o van andando,
como
ayer, como mañana,
como
siempre,
dejándose
lamer por la costumbre,
desgastándose,
soportando
las tormentas,
siempre
ahí.
No me
digas que no tienes suerte,
no
sabiendo a dónde vas
ni de
dónde vienes.
¿Hay
algo más esperanzador?