sábado, 26 de agosto de 2017

LXXXII


LXXXII


Hojas, hijos, pero gotas

Aún algún tiempo
antes de que sean pisoteadas.

William Carlos Williams


Debería ser una hoja,
tu hijo,
pero es una gota.
Crees que te caes de cansancio
pero te caes de amarillo, hacia
el abismo
que siempre estuvo ahí
pero que un día descubriste.
Eres de la rama,
eres del tronco,
siempre te lo dicen,
pero tú no lo ves
¿Y lo mío?
Nadie parece saberlo,
hasta que un día,
ves que lo tuyo, como lo de los demás,
son como gotas,
dulces, frescas, que quieres atrapar
que te golpean suavemente,
se deslizan por ti
y se pierden en el abismo
y tú no puedes salir tras ellas
ni detener su caída,
ni nada.
El tronco, las ramas, no pueden hacer otra cosa,
la hoja, tú, tampoco.
Te consuela el río que oyes
y que parece que hay mares, dicen,
donde todo va a parar.
Aguzas el oído,
parece que las oyes a ellas,
tus gotas, cantarinas, en algarabía,
son mis hijos,
se fueron, se perdieron
¿Quién puede creer eso?
Una hoja, hijas, gotas.

miércoles, 23 de agosto de 2017

LXXXI


LXXXI


La impuntualidad: The best


He llegado un poco pronto
y les sorprendo otros
de los que serán cuando
estemos en el momento
en que me esperaban.
Eso es importante.
La imagen que tengo de
ellos,
claro que ellos,
al verme
y no ser los mismos que serán
cuando llegue el momento
en que hemos quedado
para vernos
tampoco verán en mí
el que yo seré
cuando preparados para mi llegada
estén dispuestos.
Es decir, yo soy el que
debía llegar después,
ante ellos,
cuando estuvieran dispuestos,
pero el encuentro inesperado
ha sido fértil,
pues yo al verles por
anticipado,
les he visto otros,
y ellos al verme desde otros
me han visto antes.
De modo que al llegar
el momento real del
encuentro,
nos hemos mirado,
con más compasión y humildad,
y con menos posibilidades en general.
De ahí el valor de la puntualidad.

viernes, 11 de agosto de 2017

LXXX

LXXX

Bukowski y yo

No he encontrado otra manera,
a estas alturas, de andar juntos.

No hay tanta diferencia,
me di cuenta ayer,
no por la noche,
claro está,
cuando la diferencia
es abismal.
Estás pedo perdido y
dices jodido cabrón,
a cada momento,
mirándome,
sacas las tetas a colación y
te guardas la palabra
coño para el final de trompetas.
Pero eres el que besa
al pordiosero zarrapastroso
y le hueles el culo a la puta, esa también
es tuya, con cariño
a pesar del hedor porque sabes
que ahí, un poco más arriba,
donde suele,
hay un corazón, unas agallas,
en fin, toda una anatomía.
Viejo chivo lúbrico,
no hay tanta diferencia.
Yo por la noche lo sabía,
por eso mi sonrisa sardónica.
A la mañana,
mientras la resaca te lamia,
yo había descubierto,
borrachuzo,
tus poesías.
Y las leí,
las puse junto a las mías.
Sí, ya sé,
que tras un punto no
pones mayúsculas.
Pero es todo,
por lo demás,
querrás ser como quieras
pero tú, como yo,
necesitas escribir poesía.
¿Y te acuerdas?
Cuando decían
que escribir poesía
era de maricones,
debiluchos y afeminados, marimachos
y otras fijaciones de los temerosos
que ganaran el cielo porque es más fácil bla, bla, bla…
¡Joder!
Cuando tú y yo sabemos
que para escribir poesía
hace falta ser muy hombre.
Como Gloria Fuertes
 por ejemplo,
o Anne Sexton.
¡Qué cojones las dos!
Tú eres como ellas,
muy hombre, y además muy borracho,
muy putero, pero
escribes poesía.
Y no me vengas
con el rollo de las
mayúsculas.
¡Valiente gilipollez!
Eres poeta
y por eso,
anoche te miré,
como lo hice.
Estabas descubierto.
Un, dos, tres,
al escondite inglés.
Por Charles Bukowski.
Pillado,
viejo zorro.
Que yo sea de la
liga antialcohólica,
es lo de menos.
A nosotros verdaderamente,
lo sabes,
nos emborracha, de verdad, otra cosa.
¡Viejo crápula!
Eres un puto poeta. Ja, ja, ja, ja

miércoles, 2 de agosto de 2017

LXXIX

LXXIX

Tú sabes más

Tú sabes más,
ahora todos sabemos más.
Ha caído, durante años,
sobre nosotros una fina lluvia,
los chaparrones en el alma no tienen lugar,
todo es fino y silencios allí,
el dolor,
el sufrimiento,
el amor,
impregnada de infinitos murmullos,
que traían noticias de aquí y de allá.
Ya sé que apenas sabes leer
 y que Madrid tiene calles desconocidas
pero el pequeño motor de ese engendro
que te lleva entre las piernas
y las montañas rusas de San Francisco
no tienen secretos para ti.
Las recónditas playas, tan nuestras,
qué ariscas e incómodas
frente a las lisas, atrayentes y largas
playas de Miami y California
con sus rubias infladas.
Tú sabes más,
ya lo creo que sabes,
pero sólo sabes cosas que no te sirven.
Vas con tus zapatos a la moda,
intempestivo en el verano,
por calles que no ves
y hay una hormiga en tu camino,
tan diminuta y tan fiel.
No se ha desviado ni un milímetro del plan.
Nosotros, sí.
Somos los grandes traidores,
los grandes falsarios, los grandes políticos.
Somos los más listos.
Les hemos hablado a todos,
al perro convencimos de su esclavitud,
al león mantenemos apartado,
hemos eliminado a los intransigentes
e incluso a las grandes silenciosas,
las hemos domesticado,
tan verdes, tan rosas, tan azules,
tan altas, tan gordas, tan exuberantes.
En realidad, quizás,
esto sea el infierno ya.
¿No es verdad que todo suena
como si fuese familiar?
Una risa, un grito de espanto,
da igual,
detrás, mucho más detrás,
hay algo que no nos olvida.
Yo sé quién eres tú
y de lo que eres capaz.
Tente, porque siempre estoy vigilando.
Hasta tú puedes sentirlo,
aunque lo nieguen los gestos
y la energía vacua que despilfarras,
a veces en los ojos pareces
un pobre anciano
y hay gestos, sólo algunos, mínimos
que apuntan en ti un cierto señorío,
no te engañes, es el exceso de fe
en algo tan insustancial
y falso
como la eternidad temporal
en la que vives.