sábado, 27 de mayo de 2017

LXX y LXXI



LXX




Aguantando un par de semanas

Aguanto un par de semanas, me digo,
después me vuelvo a decir,
aguanto un par de semanas y ya.
Y así,
y así llevo desde no sé cuando,
¿Desde que deje de tener razón?
¿Desde que me di cuenta de que con la razón no iba a ningún sitio,
a pesar de las previsiones del tiempo que vendrá?
¿Merece la pena?
 No lo sé,
pero, ¡Qué momento ese!, en el que me digo:
Aguanto un par de semanas más
y se acabó.
Me conformo.
Es así.
Me conformo.
Os preguntaréis, ¿Por qué un par de semanas?
Pues porque menos, delataría falta de confianza
y más, falta de compromiso.
Podréis decir que habría valido también
un par de semanas y un día.
Lo podéis decir pero entonces
es que,
aparte de que dos semanas se me están haciendo eternas,
en ese momento,
o no me he sabido explicar,
o no me queréis entender.
Y lo comprendo.
Cuesta.
Cuesta arriba.




LXXI



Acertijo para sentir


Hay un pájaro en una jaula,
sin embargo miras a tu alrededor
y no se ve ningún ave y
no hay barrotes por ningún lado.
¿Cómo se entiende?

jueves, 11 de mayo de 2017

LXIX




LXIX



Hasta que punto somos perros

Mi espectáculo favorito,
que en el mismo encuadre
un mendigo harapiento
con la mano pedigüeña
casi toque
el traje elegante
del riquísimo que acaba
de bajar de
su automóvil de ensueño.
Ni que decir tiene,
lleva un reloj de oro
y una dentadura perfecta,
él, que nunca mira la hora
ni come nada duro.
Y que después pasase
como a mí, aquella vez,
en que me puse a vomitar
y vino mi perro
y empezó a comérselo
y yo viéndolo,
seguí vomitando,
y el comiendo y relamiéndose,
y yo vomitando
y el comiendo,
así,
hasta que yo
ya no era
y el perro del hartazgo
explotó, como una revolución francesa.
Ahora me pregunto,
¿No podría haber sido de
otra manera?
Que a mi perro,
como a mí,
le diese asco mi vómito,
y yo, en gesto de solidaridad,
compartiese con él
mi comida.
Me monto espectáculos
para eso, por eso.
O escribo poesía.
Es lo mismo.
Todo vómito.
O nauseas,
augurios y presentimientos
van y vienen.

jueves, 4 de mayo de 2017

LXVIII




LXVIII



Política

No voy ahora
a descubrir nada nuevo
si digo que todos mentimos,
que frente al azogue de la vida
aceptamos esas arrugas como límite,
o quizás, como algo temporal, que como llegó se irá.
No es así, pero inexplicablemente nos vale.
Pero para todo hay un espacio,
un escenario,
y hay una ambición que late,
un reto sin sentido,
que ve cimas de ochomiles
por doquier.
Y sabemos que arriba no se verá mejor,
lo sabemos, las nubes lo tapan todo,
que se respirará peor,
pero también sabemos, a ciencia cierta,
que desde esa cima se nos ve mejor.
La televisión es una cima,
para que nos entendamos.
Y tener la vida de los demás
en tus manos, ya vamos llegando,
¿Qué clase de ochomil es esa cima?
Para ella hay que estar preparado,
no respirar siempre,
ser tú nunca,
porque cada voluntad, cada capricho
acecha, has de peinarlo,
si quieres que se den las circunstancias.
Lo llaman el Poder,
de la misma manera que
a joder le dicen amar,
cuando se trata de tener la vida de los demás
en tus manos…
Para que te tengan en cuenta.
Ser presidente, ser rey, ser el mayor mendigo posible.
Como un Dios, ser nada,
de tanto que se es,
a  la sombra de la Fe, esa rendición.
Dentro de esa farsa, ese teatro
que tiene la mísera prueba en esa horda
que repta tras sus babas,
querientes ellos también de su certificado de presencia.
La justificación,
ese club maldito de fantasmas que no descansan,
se relevan y aprenden, aprenden continuamente,
ellos mismos hambrientos de más.
Hay más corbatas y más trajes de los que se ven,
más dolorosas, dolorosos,
sobre las que posar la mirada,
desde, hacia, hasta, para, siempre, con
el superficial desprecio que viene de la bancada de enfrente.
Late la misma necesidad
en el mendigo que pide paz,
que en el político que pide pan.
Estoy aquí, me ves,
házmelo saber.
Es todo.
Después la paz o el pan,
aderezos de la obligada vida.
Si no fuera por ella…
Por eso también escribo poemas.
Todo es tan endiabladamente confuso.