domingo, 23 de abril de 2017

LXVII


LXVII



Ladrillos


En una foto,
de 1908 o de 1909,
no de ayer,
alrededor de una mesa,
un grupo de personas,
hombres, viejos y niños,
mujeres no,
tomando algo,
sonríen, vestidos de fiesta.

Si viniese el genio de la lámpara,
me pediría
saber qué fue del pequeño
que pegado a un adulto
sonríe.
Que comió, bebió, creció.
Si durmió, si folló, tuvo ilusiones,
odió, eso es importante.
Y si murió, ¿si murió?
 Murió, murió,
¿Cómo iba ser de otra manera?,
cómo, cuándo o en qué circunstancias.
Te pasará a ti, a mí,
eso seguro. No hay duda.

Entonces, a qué seguir.
Sólo tiene sentido
buscar un rincón,
sentarse, o acostarse,
y esperar.
Pero no. Sabiéndolo,
con toda seguridad,
fíjate,
con toda seguridad,
sigues adelante,
hasta sonríes de vez en cuando
en las fotos
¿Es absurdo?
No tiene sentido.

Te equivocas.
Si sólo hubiese un ladrillo
en este mundo
¿Alguien sabría para qué sirve?
¡Qué objeto sin sentido!
Se ponga como se ponga
 un ladrillo es un ladrillo
es un ladrillo.


Pero ahora, mira las casas,
los puentes, las fábricas,
o mejor,
siéntete pájaro en el bosque,
nube en el cielo,
pez en el mar
y mira fotos de ladrillos.
No eres tú,
es todo,
lo que tiene sentido.
No hay que dejar
que la lumbre se apague
al menos
hasta que tengamos
en nuestras manos
el secreto de la cerilla.

Entonces sí,
entonces sí que todo
será absurdo.
En el último momento
cuando ya sepamos todo,
en ese momento,
ya no seremos nada.
O seremos casa,
o puente,
o fábrica,
cuando ya no seamos
más que ladrillos,
mas qué ladrillos.



…que es cuestión de no tomar la decisión de ver
John Ashbery

domingo, 9 de abril de 2017

LXVI

LXVI

Mi vida sigue otro ritmo. El semáforo está en rojo. Policías

El semáforo está en rojo
y yo apenas me he podido detener.
El policía que todos llevamos dentro
me ha mirado fijamente, eso es algo
que sólo las almas cándidas no saben hacer bien,
después afiladamente,
después se ha desentendido
y ha seguido con las otras cosas de la vida.
-Señor policía discúlpeme,
pero mi vida sigue otro ritmo,
estaba en otro sitio.
Y de ninguna manera
quiero que piense que deseaba atropellarle,
que deseaba pasar con mi corazón
por encima de usted,
destriparlo y escuchar el último pitido
de sus intenciones
como si fueran las trompetas del juicio final
o como si con las ondas sonoras se le fuese el alma,
todo tan mítico, trágico, típico.
El último silbido de su pito.
Ni por supuesto ver sus tripas reptando
fuera de usted en el riachuelo rojo
que se lleva todo lo que usted era.
De ninguna manera, señor policía.
Es que mi vida sigue otro ritmo.
Soy ajeno a  los párquines,
los híperes,
los drugstores,
los hípores,
la coca-cola, odio tener que mencionarla,
y los congelados que nos dejan helados.
Me agrada más en los cruces
ver a la amabilidad dirigiendo
el tráfico de los deseos.
Usted no deja de ser un espanta pájaros, señor policía.
Sea amable, señor policía,
acérquese a mi ventanilla
y después de saludarme
dígame amablemente, siga, señor, siga.
O mejor, sigue, muchacho, sigue.
Dígamelo, señor policía.
No deje que ese palitroque
se ponga verde y me diga
que he de hacer.
De verdad, le digo, señor policía
que mi vida sigue otro ritmo
y el color negro no es un color
que ese poste sifilítico me pueda explicar.
Su corazón latiendo en el último grito
pondría color a la tarde. Nadie reía,
pero al menos con sus miradas
dibujaban un perfil sobre mí
 que cobijaba algo indefinible que ellos
no alcanzaban a palpar.
El semáforo no podía hacer más,
verde, ámbar, rojo.
Ámbar rojo, verde.
Y al fin rojo, verde, ámbar.
Rojo, verde, ámbar hasta el final.