viernes, 20 de enero de 2017

LIX

LIX

Mi tío político y Carlos Barral

Mi tío está vivo,
disfruta de su jubilación,
felizmente aposentado, con su mujer,
ésta, sí, mi tía,
en el pueblo en que nacimos, Muelas del Pan, Zamora,
en una casa amplia y cómoda,
sin ruidos, sin gente aquel, con un jardín
y un huerto, unas gallinas,
un espacio impensable tener
durante toda su vida de proletario en Badalona, Barcelona,
mientras Carlos Barral transitaba
por Barcelona y Calafell.
Cuando digo Carlos Barral, digo él y todos los que como él, vivían.
Ah, se me olvidaba,
Carlos Barral se murió.
Mi tío político y Carlos Barral nunca se conocieron.
Pero mi tío político construía
las carreteras, los electrodomésticos, los coches,
los muebles, los barcos y los restaurantes
que utilizaba Carlos Barral,
mientras escribía, editaba libros
que mi tío político nunca leyó,
ni lee,
ahora que sigue vivo y tiene tiempo.
Salía el Sol para los dos, cada día.
El mismo en Badalona que en Calafell.
Quizás alguna mañana fría de Enero,
sobre las cinco de la madrugada,
mientras mi tío político cruzaba Barcelona,
allá por los cincuenta,
sesenta,
setenta,
ochenta,
toda una vida,
en bus, metro, o en un blablacar de los de entonces,
camino de su trabajo,
Carlos Barral,
ni en bus, ni en metro, pero sí en otro blablacar,
que olía a colonia y aftershave,
se encaminase hacia su casa,
ahíto de güisqui y literatura.
O quizás, lo que sería peor,
se vieron en la cárcel.
Uno llegado de los que
protestaban por no tener más pan,
más casa, más libertad
y el otro recogido con respeto
a la salida de un bar o una biblioteca
por exigir no más libertad, esto es importante,
si no La Libertad.
Se comprende perfectamente que la policía
entendiese mejor a mi tío político,
más pan, más casa, pase,
pero ¿La Libertad?
Eso ¿Quién lo entiende?
Quejarse por semejante tontería,
los señoritos estos, ya salió,
Carlos, muerto.
Jaime, muerto.
José María, muerto.
José Agustín, muerto.
 Mi tío político, en Muelas del Pan, vivo.
Pues bien, mientras eso pasaba,
mientras todo eso pasaba,
yo, ¿Qué hacía?
¿Dónde estaba?
A mí, ¿Quién me decía
lo que tenía que hacer?
Evidentemente ellos,
mi tío político y Carlos Barral.
Pero también todo lo demás
de los demás.
Un griterío ensordecedor,
unos matices infinitos,
que iban de la sumisión incontestable
a la clandestinidad más cristiana.
No era una clase, no había libros,
había que tomar apuntes,
los mejores apuntes posibles,
pues después el examen continúo
iba sobre ello.
Y te podían suspender.
A Julián Grimau y a Salvador Puig Antich
los dieron por suspendidos.
Yo opté por el funambulismo,
estaba de moda, todo sea dicho,
en la Plaza De Oriente se celebraban ferias.
Mi tío político, Carlos Barral,
las Torres World Trade Center
entre las que tendía, trabajosamente,
el duro alambre de mi vida,
evitando la caída en el abismo,
que supone estar abajo,
o sea, a uno de los lados.
El funambulista no se preocupa por la caída,
si no por el lado que lo vencerá.
Yo quiero, para después, vivir
sobre todo en una casa caliente y cómoda,
con jardín, y una biblioteca amplia
llena de todos los libros de
Carlos Barral y sus amigos,
viviendo en Muelas del Pan
y visitando de vez en cuando,
nunca en verano, desde luego,
Palafrugell.
O también, puede ser,
en una casa caliente y cómoda,
con jardín, y una biblioteca amplia
llena de todos los libros de
Carlos Barral y sus amigos,
viviendo en Palafrugell
y visitando de vez en cuando,
en verano, desde luego,
 Muelas del pan.
Así, o algo así.
Como el funambulista,
yendo y viniendo,
hasta la caída final,
por el lado adecuado.
No otro.