IL
La fiesta
del Sol
Pasan
más cosas,
que
risas alocadas,
jolgorio
general,
caras
alegres
y
carnes descaradas.
Los
anfitriones no pasan
en modo
automático,
repartiendo
copas y tapas,
cobran,
reciben y despiden.
Ven las
espaldas huir
pero
entre medias,
entre
sus dedos
se han
quedado girones indelebles
cultivados
durante siglos.
Él,
también, se siente despojado.
¿Qué se
han llevado a cambio
estos
franceses, de dejar
su
delicadeza y su savoir faire?
¿Y esos
alemanes, escrupulosos, concisos,
disciplinados
que no pueden ocultar
el eco
del horror que aún perdura?
¿Y el
brusco ruso, cejijunto,
primo
de Tolstoi,
hermano
de Lennin,
asesino
de Trotsky?
¿Y el
holandés, primo del pasado glorioso,
antaño
bajo nuestras alabardas,
y hoy,
sobre sus llamativas matrículas,
neutro,
distante
blanco,
fino y bello?
¿Y ese
estirado inglés
y su
esposa de cara caballuna,
que
hablan como en las películas
versión
original,
intentando
parecer americanos?
Todos
aprenden,
hasta
el amo que reprende
al
camarero parsimonioso,
ha
vuelto innecesariamente tres veces
a la
mesa de los finlandeses,
ha
tomado nota
de que
un árabe refinado
habla
un español perfiecto.
El
policía municipal,
como
ponerse ante un francés,
un alemán, un ruso y un inglés,
¿Qué
chiste la vida!
En
verano, las plazas de los pueblos
se
convierten en aulas,
llenas
de alumnos, les dicen turistas,
como a
los albañiles camareros,
para
toda Europa,
gracias
al sumo sacerdote Sol.
Se levantan y se van
pero él
ya ha tomado nota.
En
otoño, tiene clase en Finlandia.