miércoles, 8 de junio de 2016

XLII

XLII

Breve historia de la poesía 

                                                                    (la mía, la historia,  digo)


Uno busca la poesía,
siempre.
Se busca la poesía,
siempre.
Cuando te desnudas,
no te desnudas bastante.
Nunca es bastante de nada.
Cuando la poesía salió del nido,
fue fácil verla darse de topetazos,
con los muros.
Luego se levantó,
se puso encima los más diversos ropajes.
¡Qué bien le queda el soneto a la poesía!
¡Qué gran sastre Quevedo!
¡Qué liviano y a la vez refrescante Lope!
Cervantes la vistió de invierno,
algunos la arrastraron a excesos.
Cuando dejó de creer en Dios,
entonces supo que sólo quedaba el hombre.
Se hizo humilde la poesía.
Eliot la llevó al mercado.
Lo necesitaba.
¡Celan y Dickinson le exigieron tanto!
¡Es tan puta la poesía!
Sólo Rimbaud la trató como se merecía.
Han llamado tanto a su puerta,
a horas tan intempestivas,
que al fin la puerta se vino abajo.
Gil de Biedma entraba y salía
como Pedro Salinas por su casa.
Dentro huele a todos.
Todos, pues al fin son más
de los que uno pueda imaginar
que uno puede contar.
He buscado por el mundo
al petulante que decía hacerla de menos,
despreciarla, diciendo,
”Yo, a la poesía nunca la echo
de menos.
Te lo digo con la mano en el pecho.
La poesía es para memos”
Ya, ya, me doy cuenta.
Pero es que, aún más, un caracol se arrastraba
y sobre la baldosa oscura cubierta de polvo,
dibujó en su desplazamiento,
un corazón.
¡Un caracol! ¡Un corazón!
Por eso escribo esta noche:
 Con el próximo dinero que gane,
entre otras cosas, me voy a comprar
otra pluma y otro cuaderno.
No sé con qué lo llenaré,
pero sostengo que la cantidad de palabras que escriba
será equivalente
al volumen de sentimientos que me atenazan.
Lo dijo un griego de Siracusa,
de los de antes.
Los de ahora,
pasados los derechos de autor de sus ancestros,
no cobran por nada.
Sólo hacen que pagar
y eso que para la lírica
los tiempos siempre han sido buenos,
porque siempre ha habido algo malo en ellos.
Los que dicen qué es poesía y la estanterizan,
están viendo sólo la parte visible del iceberg.
Los que la encuentran blanda y femenina
nunca han imaginado
una decapitación poética.
¿Y qué me dicen de una guillotina poética?
¿Y una guerra poética?
¿Y ese nazi poético que
saboreaba la bruma fresca, poética
de una mañana en los verdes campos de Auschwitz,
en primavera,
mientras arreaba judíos
hacia las duchas?
Esas duchas que poéticamente oían
los alaridos de los desesperados,
que milagrosamente una mañana fueron armoniosos.
¿Hay mayor crueldad que
poesía y armonía se hermanen
en circunstancias semejantes?
Pues pasa.
Pasa que la poesía tiene su historia,
y la armonía,
y todo el universo.
Al margen de nuestro reinado.
Porque no sé si os habréis percatado
pero somos unos reyes harto patéticos.
Que yo sepa, hasta ahora, nadie
ha venido a rendirnos pleitesía.
Hemos dado por callada la respuesta,
creemos que muy astutamente.
Sin previo convenio.
¿A quién se lo hemos contado?
¿A quién que pueda escucharnos?
Y sobre todo,
¿A quién que pueda contestarnos?
¿Es esto poesía?
Se puede contestar de todo.
Incluido,
¡Y a la poesía que le importa!
Aquí, aquí,
es donde quería llegar.
Tanta historia para esto.
Habrá que volver a empezar.
Uno, busca la poesía,
siempre.

miércoles, 1 de junio de 2016

XLI






 XLI



Al principio de cualquier cosa o hecho

Haber estado
al principio de algo.
Por ejemplo,
poder haber sido testigo
de aquella vez
que alguien dijo a alguien,
estoy mal
¿Por qué?
No lo sé,
es algo que me pasa
porque ella no quiere mi presencia.
Ella que es para mí
mejor que la caza,
el agua y el Sol,
pero no sé cómo explicarlo.
Y oír decir al otro
-Tienes “el corazón roto”.
Haber estado ahí,
la primera vez que se dijo
que alguien invento
eso
 de tener “el corazón roto”.
Por ejemplo.


Ya ves, “el corazón roto”,
que ahora sabemos,
dados los grandes avances tecnológicos,
que el corazón no se rompe
que el corazón sólo se para.
Qué, qué, qué, qué.
Y sin embargo seguimos diciéndolo.
El corazón roto.
Poder haber estado allí.