LVIII
Mintió,
inocuamente pero mintió
Mintió,
inocuamente pero mintió,
puso en
las almas alicientes
que se
frustraron con la más leve
brisa.
Salieron
de las bocas sonrisas
que
después no se pudieron justificar.
Se
apretaron manos que después se bañaron en alcohol,
para
huir del olor.
Entonces
llegó el viejo,
con una
nueva soledad a cuestas y dijo,
que se
quede solo.
Dejaba
en la tierra su sangre, decía,
y a
todos convencían sus obras.
Una
mujer llegó niña a ellas
y se
quedó expectante, pasando el tiempo,
hasta
ser anciana frente a ellas.
Apenas
ya viva se giró y le miró.
Él no
pudo soportarlo y lo confesó todo.
Entonces
llegó el viejo,
con una
nueva soledad a cuestas y dijo,
que se
quede solo.
Era tan
hermosa
que él
no pudo resistirlo.
Lanzó
adioses a lágrimas que ignoraba.
Se llevó
lo poco suyo y dejo el Sol.
Dejo la
luz.
En su
tierra fría ella no brillaba.
Vámonos
al Sur, mi amor.
Pero
ella no escuchaba.
Reía.
Y ahora
tenía la risa fría, la risa oscura.
Él la
quiso matar.
Entonces
llego el viejo,
con una
nueva soledad a cuestas y dijo,
que se
quede sola.
Supo de
su poder cuando un día dijo
-¡Qué
ardorosa tarde! y oyó los aplausos.
Por
respeto a si mismo elevo el sentido de los discursos
y fue
haciendo vida, hasta llegar más allá de sí.
Cuando
ya no era él, los otros tampoco eran los otros,
y
comenzó a oír sus lamentos.
Pero
entonces, ya demasiado tarde, él seguía fuera de sí
y los
alimentos eran como los murmullos de las hojas de los árboles mecidos por el
viento, apenas molestaban.
Entonces
llego el viejo,
con una
nueva soledad a cuestas, y dijo,
ya
estamos solos tú y yo.